Homenaje a Julen durante las fiestas de Ampuero
Aquí podéis leer el texto:
Julen Madina Ayerbe
Desde el jueves 25 de agosto, día en el que nos llegó la primera información, seguimos con muchísima preocupación el estado de Julen Madina. Las noticias de un accidente ocurrido en la playa de la Zurriola, en San Sebastián, de gravísimas consecuencias, nos parecían increíbles. Pero, a través de los mensajes de su hermano Xavi fuimos siendo conscientes de que no había muchas posibilidades.
Una vez, en Ampuero, alguien dijo que Julen había sido uno de los mejores corredores de encierros de la historia. Manolo Marichalar, siempre educadísimo, reaccionó rápido. Miró a los ojos al interlocutor que había realizado tal afirmación y, elevando el dedo índice como lo haría Luis Miguel Dominguín, exclamó: “Uno de los mejores, no. El mejor. El número uno.”
Es cierto que, cada vez que se destaca a alguien, se corre el riesgo de ser injusto y no tratar adecuadamente a los demás. Pero, en este caso, creemos que Manolo estuvo acertado. Julen fue, sin duda, el corredor más mediático de los años 80 y 90, etapa en la que todo el mundo hablaba “del calvo”. Lo que mucha gente no sabía (y sigue sin saber) es que había dos calvos. El otro es Miguel Eguiluz, un sensacional y elegantísimo corredor pamplonés. Pues bien, la gente los confundía y pensaba que sólo había uno. Ellos lo sabían y, seguros cada uno de su propia actuación, se reían con el asunto. Luego, la simbiosis de las retransmisiones de televisión junto a corredores como Madina ha hecho que hoy Pamplona sea una referencia festiva y taurina mundial. Si, así es: sin la suma de Televisión y grandes corredores, hoy las fiestas de la capital navarra no serían lo que son.
En el año 2004, en San Fermín, un “jandilla”, le propinó varias cornadas en el callejón de entrada a la plaza de toros. Todavía convaleciente, le llamamos para que viniera a Ampuero durante nuestros encierros de septiembre. Y aceptó. Todo fueron facilidades por su parte. Todo.
Llegó a Ampuero el viernes 10 de septiembre y, en plenas fiestas, celebramos una charla en la Casa de Cultura. Despertó gran interés y el auditorio se llenó. Luego durante la cena, a las doce de la noche, le felicitamos pues ya era día 11 de septiembre y cumplía la redonda fecha de 50 años. Por esa razón, porque quería pasar el cumpleaños con su familia, después del encierro del sábado se despidió y se marchó.
Al día siguiente, 12 de septiembre de 2004, ocurrió algo que ninguno olvidaremos. El encierro se cobró dos vidas y multitud de heridos. En esos momentos, llegó la llamada de Julen: “contad conmigo para dar la cara donde sea, para defender a Ampuero y sus encierros. Si hay que ir a los medios, estoy a vuestra disposición”. Así de claro, así de generoso.
Aquellos días fueron el comienzo de una amistad. Volvió a Ampuero en varias ocasiones y contamos de nuevo con él para nuestra tertulia matutina. Al final de una de ellas, se presentó públicamente lo que su creador, Javier González de la Riva, ha calificado siempre como un “grupo de opinión”: la peña Bien Picau, cuyo objeto es velar por la pureza de la suerte de varas en la feria taurina de Ampuero. En ese momento Julen permanecía en la mesa, a modo de testigo y casi padrino del acontecimiento, mostrando una cara de sorpresa y buen humor al ver a la manola que, ataviada con mantilla y peineta amadrinaba el acto.
La relación se mantenía a lo largo del año. Con esa confianza, nos contó la historia de cada uno de los aros que adornaban sus orejas. Cada uno de ellos era un recuerdo de una ocasión en la que había salvado la vida de milagro. Por ejemplo, uno se lo puso después de la cogida de los jandillas, pero otro después de que un salto en paracaídas resultase mucho más complicado de lo previsto. Le decíamos que iba gastando las siete vidas que tenía, pero su sonrisa era una respuesta tajante y demoledora que no dejaba lugar a dudas.
Él sabía y nos contaba que había pasado de ser admirado por todos a criticado por muchos. Decía que las mismas razones que se esgrimieron para hacer una cosa, valían después para lo contrario: “Decían que yo era un modelo, que no bebía, que me cuidaba. Después me acusaban de que ni siquiera bebía, que me cuidaba porque quería destacar…” Era consciente de todo eso y le preocupaba. “Parece que todo lo que toco, se contamina”, llegó a decir. Sin embargo, se sobreponía con una tremenda personalidad. No es que no le importara, es que le importaba pero sabía dar al asunto el tratamiento mental adecuado.
Para nosotros siempre fue un caballero. Si sabía estar en el callejón y coger el sitio, fuera, en la vida normal también lo hacía. Recordamos cenas donde, por su simpatía y su experiencia, captaba sin pretenderlo el interés de los contertulios (y contertulias).
Fue precisamente con Manolo Marichalar, amigo común al que mencionábamos al principio de este escrito, con quien creó una empresa, Team Building Encierro, y tuvimos la ocasión de echar alguna mano en el proyecto.
En fin, se ha ido una gran persona a quien muchos envidiaban y al que, precisamente por eso, criticaban. Fue un gran corredor, fuera y dentro del callejón.
Un día, en la Estafeta, desde Telefónica, mirando hacía el inicio de la calle Estafeta sentenció: “Esto es la catedral del encierro”. Y otro día confesó, en el postre de una comida, en voz más baja, algo mucho más profundo: “cuando entro con un toro al ruedo, me siento un peldaño por encima de todos los mortales”.
Hace dos días que, empujado por la fuerza mágica e inexplicable del mar cantábrico, hizo su última carrera. Entró en la plaza del cielo con las astas de la vida rozándole la espalda, como siempre. Desde allí nos estará viendo, con Noel, con Bomber, con Echeve, con todos los que se fueron antes. Y entre las nubes dibujarán un vallado para, con el alma de los toros buenos que también van al cielo, seguir corriendo y disfrutando como siempre supo hacer entre nosotros.
Por eso, porque sabemos que nos está viendo, desde estas líneas queremos proponer una idea: este año, en Ampuero, durante el encierro del sábado que es el que él corrió varias veces y al que tantos amigos de fuera acuden, sería muy bonito guardar un minuto de silencio en su memoria. A las doce menos cinco, a la hora del miedo que Julen siempre supo mirar de frente.
Ahora San Fermín tiene quien le ayude. Y nosotros un ángel que nos cuidará a todos.
Un abrazo, amigo.
A. C. La Encerrona
Aqui podéis ver el homenaje en la página de la Asociación La Encerrona de Ampuero